Página:Cuentos ingenuos.djvu/349

Esta página ha sido corregida
II


Con sus amigos, el juez y otros grupos de jóvenes más jóvenes, esperaban en el atrio. Sólo volvían a meterse en el templo para oír el coro de muchachas, el Ave María, cantado por Margot como un arcángel, y el sermón.

La gran pluma verde de Emeria no estaba aún (habíanlo comprobado) entre aquella ola de sombreros, que preferían el frente de la puerta. Y se la vió llegar: la pluma verde.

— ¡Emeria!

Llegaba rezagada, con su madre.

Athenógenes, Teodoro y Marcial hicieron calle frente al muro. Cruzaron ellas, fueron galantemente saludadas y saludaron a su vez, con miradas preferentes a Athenógenes. Marcial había tratado de estudiar el saludo de Athenógenes. Era un modo especial de descubrirse, de girar el sombrero a la derecha, alzando el codo. ¡Chic de veras!... O sic — que tampoco estaba cierto Marcial de cómo se decía.

Las vieron perderse en la cancela. Auténticos