Sigilosa, riente, perversa la curiosidad en su cara abrió el falsete Gloria y entró en la alcoba. Rodrigo volvió sobre la almohada la cabeza.
— ¡Qué! ¡El agua, hombre!
— Pues ¿y mi ama Charo?
— Durmiendo. ¿Qué tal de circo? ¿Quieres tú que las viejas velen a estas horas?
Colocó en la mesa de noche la copa y la botella.
No se iba Gloria, riéndose entre mirar al suelo y a alguien que estuviese fuera del falsete.
— ¿Quién es? — preguntó receloso Rodrigo.
Vicenta, la otra criada, entró de puntillas con la misma expresión maligna en su ancho semblante de bruta picado de viruela.
Se contemplaban las dos, invitándose mutuamente a preguntar algo, y un puf de reprimida risa las doblaba contra las rodillas.
Por último se le encaró Gloria en cómica seriedad de maestra que reprende:
— ¡Y muy bien, niñito! De modo que no le basta a usted andar de caza por los tejados, como los