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194 — Felipe Trigo

dejándolo en pelo — para seguir ella encima en un pie, como amazona de los aires, mientras Káiser, alargando la cabeza, corría veloz con la nariz abierta y la crin tendida, al modo de un fugitivo salvaje de las pampas. Un salto mortal... otro... Y el público palmeteaba y enronquecía de vítores... hasta que al tercer salto quedó Elia, desde el caballo, en el centro de la pista, graciosa, sonriente...

La ovación era enorme. Rodrigo se ahogaba, mirando casi con ira de dolor a Elia, que le sonreía. Su alma protestaba de estos ejercicios vertiginosamente bárbaros, que parecían reservarle exclusivamente a ella.

¿Y no había terminado aún? ¿A qué nueva y mayor atrocidad iban a obligarla, puesto que aquélla había ido en una gradación hacia lo horrible?

Se trataba de un salto que desde la arena la quedara de pie sobre el caballo a escape. Siendo la artista tan pequeña, se necesitaba que Káiser corriera cuanto podía, a fin de que al tenderse e inclinarse en el círculo de la pista, se hiciese más accesible. Ya el aire loco de la orquesta y los latigazos del director le había lanzado, velocísimo, como una centella, en la lluvia de tierra que despedían los cascos. Elia, que comprendió sin duda la congoja de su amigo, procuró tranquilizarle con una sonrisa más dulce, ebria y segura de sí, con el halago incesante de los aplausos. Se perfiló con Káiser, corrió y se lanzó sobre él, dando un penetrante grito...