Página:Cuentos ingenuos.djvu/310

Esta página ha sido corregida
170 — Felipe Trigo

siendo... ¡Bien pronto! ¿Te has fijado en que tienes ya hasta tu cierta sombra de bigote?

Habíale derribado sobre el brazo izquierdo en su transporte de afecto, y, mientras con la otra mano le sujetaba la barba, inclinábase a besarle las mejillas de tiempo en tiempo, riendo siempre, entre exclamaciones joviales,

— ¡Rodrigote!... ¡Muchachón!

Era una prisión dulce que le torturaba. El niño, como una amapola, tenía bajos los ojos y sentía en su cuerpo, a través de la seda crujiente y resbaladiza, el calor de Josefina..., santo como el del regazo mismo de su madre, de quien esta señora era amiga, y que, sin embargo, le llenaba de vergüenza y confusión..., de no sabía qué cosa que pugnaba desde su sangre por no romper en su cerebro como una revelación maravillosa y consciente de algún enorme misterio de la vida.... Y sentía también, cuando aquellos besos le estrujaban jugosos la boca, una cosa extraña que le violentó más..., y que no podía explicarse...; algo así como si le besara con besos que..., en fin, ¡no sabía..., con besos que nunca le habían dado a él!.., ¿A qué venía todo esto?... Precisamente por ser tan «besucona» esta señora le fastidiaba y no la miraba nunca frente a frente, por vergüenza, o por rabia, o por lo que quiera que fuese...

De pronto, se lo quitó ella de encima. Se había abierto la puerta, apareciendo Gloria, que, al