Página:Cuentos ingenuos.djvu/309

Esta página ha sido corregida
Reveladoras — 169

crecido estás, demonio! Siéntate: dame un beso.

Le tiró de la mano y le dejó caer sentado encima de su falda, derramándole en seguida una verdadera lluvia de besos.

— ¡Caramba! ¡Si eres todo un hombre, Rodrigo!... ¿Cuántos años tienes?

— Trece.

El niño intentó ponerse al otro lado del asiento, un poco aturdido y con una inquietud por toda su carne, transmitida desde aquel trémulo regazo que le sostenía mórbido y abrasador; con una inquietud aspirada en la fiebre de los besos y en el intenso perfume de las gasas de aquel pecho que él aplastaba con su hombro, porque el brazo de Josefina le ceñía tenazmente la cintura. No advertía ella su afán, y persistió en retenerle. Esto le daba rabia: no era él tan pequeñito para que las criadas y las amigas de su madre se empeñasen en seguir tratándole como cuando le rizaban el pelo vestido de muchacha.

— ¡Trece años! ¿Y tienes novia? ¡Porque a los trece años eres tú muy capaz de tener novia, chiquillo!

Acabó esto de ponerle encarnado, y ella entonces reíase y le volvía a besar... para desenojarle.

— ¡Pobre Rodrigo! ¡Qué ojazos tienes, por Dios! ¡Estás tú más desarrollado que muchos...! Haces gimnasia, ¿eh? ¡Se te conoce! No, no, y pronto habrá que dejar de besarte delante de gente a ti..., ¿sabes?..., de tan hombrón que vas