Llegó, al fin, la por Rodrigo tan ansiada víspera de la Virgen.
Doña Luz había resuelto ir al circo esta noche, por no hacerle perder a Petra el paseo en fiesta a la siguiente.
A las nueve paró a la puerta el landó de Josefina. Venía sola.
Subió y la pasó a un gabinete la otra criada de la casa, Vicenta.
— Las señoritas están concluyendo de arreglarse.
Vestía la arrogante mujer del diputado un traje princesa de seda kaki, bordado de oscuras pasamanerías. Soltó la leve estola de gasas, que traía al brazo, y se sentó en el sofá, frente a la luna de la coqueta enguirnaldada.
Sonrió a su imagen gentilísima. Dos grandes brillantes destellaban en el carmíneo lóbulo de sus orejas, arropadas por el pelo sombrío y pesado.
Pero sonrió con amargura, con una amargura infinita de vida y juventud perdidas: pasábase el