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Reveladoras — 155

de la falda cruzándoselo entre los muslos y transformándolo en un gracioso pantalón.

En seguida ensayó, causándole al amiguito admiración y espanto con sus molinetes en la barra, de donde se arrojaba disparada en vueltas por el aire; con sus dominaciones en las anillas, con sus equilibrios en el trapecio, en que de pronto, a un ¡hip! salvaje, daba caídas atrás con todo el cuerpo para quedarse colgada de los pies con la hermosa melena de oro barriendo el suelo. El trampolín le produjo a Rodrigo mayor miedo todavía, porque no se trataba de simples saltos mortales, sino de lanzarse recta por el alto y dar la vuelta como una varilla flexible, o bien de ir a caer de cabeza y saber doblarse con vigoroso empuje a media vara del suelo, en forma que se pusiera de pie después de haber rodado sobre la nuca y la espalda; el salto de costado, principalmente, debía de ser de inmensa dificultad, pues aunque Elia se despedía bien sobre la pierna derecha no podía revolverse por el aire sin perder la lateralidad, cosa que la desesperaba y que la hacía caer de mal modo algunas veces.

— ¡Pero eso es un disparate, tú! ¡Vas a hacerte daño! — repetía el jovencillo, alarmado y rebosando lástima.

Le brotaron las lágrimas una vez que su amiguita fué trompicando hasta arrastrar la cara por la arena, empujándole a él, que cayó también, porque había intentado inútilmente detenerla.