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III


Mas quien había llorado arriba, en la azotea, adonde subió en fuga de la ingratitud de la hermana que no quería nunca jugar, fué Rodrigo, escupiendo, pasándose lleno de ira la mano por los labios, a fin de borrarse la impresión sosa v abominable del pecho que, burlándose de él como si fuera un bebé, había intentado darle Gloria. Se acordaba de que ya otra vez hizo lo mismo, ¡la puerca!

Luego lo olvidó todo Rodrigo durante la siesta, matando avispas y calcando un mapa.

Cogía el ancho de la casa la azotea. Allí tenía el velocípedo, con amplitud para correr. Hacia el patio, desde una balaustrada llena de macetas, la continuaba el tejado de la galería. Unos camaranchones abuhardillados que servían para trastos y para evitarle al piso de abajo el calor le aislaban completamente de la calle. Petra teníala convertida en jardín, con sus flores, y Rodrigo en gimnasio al extremo lindante con la iglesia; por el otro una tapia de dos metros establecía la