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Reveladoras — 139

acostumbro a llamarte de usted. Daré tu carta a la noche- ¡Tú irás aprendiendo de lo que una novia es capaz poco a poco!

Dándola un sonoro beso, escapó.

Petra se desplomó en una butaca. Vaga repugnancia de no sabía qué perspectivas ingratas la invadía. Sintió impulsos de llamar a la doncella y romper la carta. Aquella carta escrita, en verdad, porque su criada y sus amigas de colegio se obstinaron; inútil, falsa, mala, puesto que mentía en ella, y puesto que por ella, como si efectivamente fuese el principio de una reprochable acción, huía y se escondió de Rodrigo y de su madre.

Le entraban ganas de llorar, sofocada por la visión de la novia en camisa, a la reja, vista a la vez por el novio y por los otros escondidos en los árboles... ¡vista también por Petra, aquí, a través de sus candores de ángel, a modo de odiosa pena de sonrojo y de deshonra al final de un sendero de pecados de amor, negro como la noche!...