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La de los ojos color de uva — 115

— Bueno, mira, déjame... ¡adiós!... ¡Me compro una!...

— Pero... ¡tonto! ¿para qué?... ¿Vas a salir cubierto?...

Ya no le oía Ricardo. Había escapado.

En la calle se acordó de que podía haberse traído en el coche a Rodríguez. Bien...; él vendría... Tenía prisa. Pidió en la primera sombrerería del camino una chistera; se la dieron por tres duros y se volvió al coche.

Hasta el teatro fué pensando que todo se le ponía que ni de encargo. Incluso lo que se le figuraba al pronto una catástrofe..., como el eclipse o el encierro de su novia, para soltarla tan oportunamente y con el perdón de los padres, por lo visto, para él; en efecto, si se había empeñado en dos pagas con El Liberal, sólo por espiarla en coches y buscarla en los teatros durante este hundimiento de ella inverosímil..., ¿qué no habría ocurrido si le acoge antes la familia y tiene él que alternar en sus reuniones; en la intimidad de sus paseos, de su landó..., con flores, con frac, con trajes de tarde y de mañana, con... demonios coronados?... Desde hoy, su triunfo teatral le haría para lo sucesivo menos difícil todo esto — y temblaba al miedo del fracaso procurando confiarse en los fervorosos y anticipados aplausos de la Prensa,

¡Pobre Ladi! No pudó dudar de ella... ¡Cómo! ¡La dulce virgen ! ¡La bella ex virgen,