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La de los ojos color de uva — 113

feliz mortal vestíase el traje, tuvo que saciar atropelladamente la gran curiosidad del camarada.

— Sí, nos conocimos en Salinas, y desde agosto somos novios. Yo no os había dicho nada por... Oye, ¿no me está algo largo el pantalón?... Los padres no querían, y al volver hablamos por la reja dos noches... Se conoce que supieron esto y la encerraron a los tres días o la mandaron fuera de Madrid... No sé, chico, no lo sé... ¡Dame el chaleco! Yo creía que estaba enferma, más bien; pero digo ahora que debieron encerrarla, porque... léelo, verás qué esquela acaba de mandarme..., ahí la tengo en la chaqueta; dice: «Me han soltado...», luego estaba en un encierro... ¡La pobre! No te puedes figurar cuánto me quiere. Por eso, a pesar de mi buena suerte por haberme admitido el drama, me habéis visto triste en este tiempo... He sufrido lo indecible. No podía explicarme su desaparición y su silencio. Me moría. Sin embargo, ¿sabes?..., por... ciertas cosas... estaba bien seguro de ella... completamente seguro. Su casa, desde la segunda noche misma en que... hablamos por la reja, estaba cerrada para mí. No conocía ningún amigo de su esfera que me pudiese informar. Iba, y el portero me mandaba a poco menos que hacer gárgaras. Vigilaba y no me atendían siquiera las criadas al abordarlas por la calle... ¡Oh, estos estúpidos sirvientes de los ricos!... Sólo un amigo, en fin, un tal León Rivalta, vizconde, creo, de