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100 — Felipe Trigo

cerrado por dentro, pero están levantados aún. Mañana ven, por la noche..., más tarde, a las tres. Yo buscaré la llave de esto. Mira, ¿ves?... Se abre la parte alta de la reja. Entrarás por la ventana. ¡Adiós!

Cerró, dejándole alelado.

— Pero..., ¿podía ser?...

Lo había dicho así..., tan fácilmente...

No le dió siquiera tiempo de envolverla en el resplandor de la repentina gloria de su alma, y quedó solo, en la calle, como alumbrado por... su gloria.

No era un hombre Ricardo: era un dios.

Se fué alejando lentamente, con la sensación de su poder en su conciencia..., con la evidencia de que, si le saliese al encuentro algún atracador, lo desharía de un puñetazo.