Página:Cuentos ingenuos.djvu/227

Esta página ha sido corregida
La de los ojos color de uva — 87

volveré a escribirte. Ya nos pondremos de acuerdo. Mientras, aunque no te debe importar que mi familia te vea, no te acerques a saludarnos, porque te desairarían. Hasta pronto. Tuya, tuya y tuya,

Ladi.»


Ricardo, que había leído la carta en el soledoso «salón blanco», se dejó caer en un sillón, conservándola en las manos, abrumado de felicidad... En seguida volvió a la carilla que tenía «pintado» el cuadro, y dio diez besos... lentos, justos diez, con fe de religioso que no necesita presente al ídolo para la obediencia.

Contempló el caprichoso plieguecillo. Era la primera carta que veía de ella, perdidas o no sabía qué las otras dos de La Coruña... ¿Intervenidas por mamá?

El papel estaba perfumado. El ángulo izquierdo, rompiendo graciosamente el tono gris, tenía un circulito blanco con el enlace de Ladi en relieve. La letra de ella, además, no podía ser más de moda...: larga, angulosísima, como una serie de sueltas íes unidas por trazos transversales... ¡Un escuadrón de lanceros!

Pero le chocó el aturdimiento de la carta: «...en estos quince días...». No: veintitrés. Hacía veintitrés desde la excursión a Trubia. Además, le chocó otra cosa: él no debió ser quizá tan esquivo, por una simple razón de rango nuevo en su vida, con la blanca camarerita de azafrán,