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86 — Felipe Trigo

trasladó sin compasión a este destierro de Caldas para acabar de aburrirme entre montañas. Todo mentira. Fué al tercer día dé la excursión a Trubia, y, sencillamente, por el cariñazo tan grande que me vieron entonces hacia ti. No sé qué se proponen. No comprenden que una pueda permitirse un flirt siquiera, cuando figúrate que anteayer, sin ir más lejos, y si no llego a retroceder a tiempo, en un cuarto de esta fonda me encuentro a papá en íntima edificación con una camarerita. Hasta mi prima, la falsa, que me ha enterado de todo, al fin, me traicionaba ocultándome el enredo. Por ella he sabido que mamá cogió una carta tuya, donde me hablabas de los besos de la peña, y que dió orden al correo de que le reservasen todas cuantas llegaran a mi nombre.

Mira, Ricardo mío, me han oído. Les he tenido que oír también, por supuesto; si bien papá no se atrevía gran cosa, acordándose de su camarera. Pues bueno: me han prohibido en absoluto que te hable, amenazándome hasta con el conventó. Si yo no te quisiera tanto bastaría esto, te lo juro, para hacer que te adorase por encima del mundo entero y lo mismo que una loca. ¿Ves este cuadro? Lo trazo con la pluma, y doy en él diez besos para ti. Recógelos.

Tu carta, por cierto, ha venido a tiempo. Salimos pasado mañana. No me esperes en la estación, pero en los días siguientes puedes encontrarme en los paseos y en los teatros. Desde ésa