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EL ORO INGLÉS


Leía yo, acostado, tratando de dormirme, El Imparcial. De pronto, sobre el cielo raso sonoro como el parche de un tambor — ¡oh estas casas nuevas de ladrillo y de hierro! — sentí los pasos menuditos. Aquella noche me intrigaron más. Por la tarde había sostenido este diálogo con la camarera de la fonda:

¿Quién duerme arriba?

— La inglesita.

— ¿Qué inglesita?

— Una joven que ocupa dos habitaciones. La contigua para su institutriz.

— No la conozco.

— Come en su cuarto. Sin embargo, ha debido usted de verla en la playa todas las mañanas.

— ¿Guapa?

— La mar.

Dejé caer el periódico, y me quedé fijo en el techo.

¡Si fuese de cristal!