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La de los ojos color de uva — 69

Conviene que no vayas siempre a mi lado y que el no se te escape.

Pues bien... para «disimular»... o para hacerla rabiar, escribió la crónica que debería venir al día siguiente.

El desaire a la provinciana sociedad le dolía a Ricardo igual que un presentimiento del que a él habrían de hacerle... tal vez en cuanto dejaran de juzgarle necesario, su Ladi también, en este halago vanidoso de la Prensa.

Se le empleaba, por imbécil. Ya inútilmente a tiempo sospechó que él tendría después que perdonar a estas altivas.

Y sobre la cama, tumbado de espaldas — que era la posición en que igual un poeta recibía las inspiraciones o evaporaba los odios —, meditaba lleno de rencor si no sería preferible que él se marchase de aquí.

Era jueves, 25 de septiembre. Lejos de recorrer también las playas gallegas, como era su moral obligación, se había «achantado» en Salinas. Quizá llegase a tiempo de coger e interviuvar en Lourizán a Montero. Se iría, decididamente..., si Ladi prescindía de él para la nueva jira que al otro día tenían planeada con las del general a la Fábrica de Trubia; la acordaron en sus narices mismas, esta tarde, y ni por cumplir le invitaron...

— ¿Don Ricardo?

— ¡Quién!... Adelante, entra, Sabina.