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La de los ojos color de uva — 49

de otro modo que los tontos que se lo habían dicho tantas veces, la impresionaba la galantería como oída por primera vez...» ¡Ah, lo que puede el modo de decir... ¡lo es todo!

Esta mañana, en fin, al reprocharle Ladi que «anoche, durante el concierto improvisado en el Salón Suiza, no quiso él estar en el grupo de ellas y León, yéndose al de Lorenza», él había tenido la suerte de responder, sin saberlo, la frase que creyó al principio de torpeza y que les llevó, sin embargo, al acuerdo venturoso: — «No, Ladi; yo prefiero no estar cerca de usted entre la gente; yo no sé decir cosas, no se me ocurren, de esas que dice León; ¡les hubiese aburrido la tertulia!» — Y repuso Ladi, con una tristeza, con una gracia, con una pasión de todo punto irresistible: — «Bah, en cambio... dice usted otras cosas que no sabe León! ¡Si viese usted qué aburrido es, a solas, el amenísimo León de las tertulias!...» Después de esto... ¡claro!... no sabría él qué le habría más dicho a la divina criatura picaresca y virginal, pero sí que le había dado últimamente un beso en la mano, como un loco... y que ella... y que ella... — tal era lo importante — le confesó que le quería... pidiéndole, para mayor misterio seductor, que le guardase el secreto.

Otra llamarada de alegría levantó al poeta de la cama, olvidado por el pronto de los versos.

Fué a la ventana, y quedó de bruces en el alféizar, mirando allá abajo por la redonda playa,