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La de los ojos color de uva — 47

hacerle? ¿No la llamaban así, y no era tal abreviación, por ser de ella, insuperable de poesía?

Y el recuerdo de éstos, de sus camaradas de café, de sus maldicientes compañeros, le mostró a él propio, él mismo, en polo de comparación, con una honrada ingenuidad, todavía bien lugareña, de que tendría que corregirse. Efectivamente, hablando con Eladia, él echábase de menos soltura, desparpajo, algo de aquella frivolidad, amena hasta cierto punto, con que León, por ejemplo, sabía hablarla de perros, y de trajes, y de cien mil tonterías..., en un ingenioso tiroteo de chistes y descaros, sin perder la corrección. Así era Eladio también, que se placía de ello, en tanto que él, Ricardo, era, con respecto a tales elegantes charlas picarescas, lo que se llama un salvaje.

De más honrado. De más respetuoso y sincero.

No obstante, le tranquilizaba, en cambio, la evidencia de haber sido, en aquellos ratos que habló aparte con Eladia, más intenso y más certeramente pasional que León y que ninguno; el éxito, hoy, no le permitía que lo dudase; le había bastado confiarse a la sinceridad de las impresiones recibidas junto a Ladi; y confiado en su sinceridad completamente, había podido decirle lo mismo que en sus versos, o cosas todavía más bonitas que en los versos, porque las avaloraba la emoción con que eran dichas... Cosas que ¿sería verdad, gran Dios? ¿y sería verdad que