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III


Entró. Se tiró sobre la cama.

El cuarto tenía una ventana al mar.

Ricardo era dolorosamente feliz, con una felicidad espirituosa, inmensa, mareante, llena de llama y de luz, como si hubiera bebido un suavísimo alcohol de la gloria y se le hubiese inflamado en el alma.

El mismo no lo creía. ¡Novio de Ladi!

¡¡De Ladi!!

Se lo acababa de oír..., que sí, que le quería, que le quería... con todos los pronunciamientos de una respuesta de novia. Se lo acababa de oír allá sobre la arena, tan divina y fresca Ladi tras su baño matinal, tan gentilmente abandonada junto a él de una a otra silla-caseta... apartados los dos de todo el mundo como en dos confesonarios de las libres pasiones de la vida. ¡Qué bello el vals que tocaban en tanto los tzíganos! ¡Qué seductora, qué aristocrática ella, su alma, su carne, su escote virginal de poderosa que traslucíase en el peto de calados y de tules!