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La de los ojos color de uva — 39

— No, hija... desde el suelo.

— ¡Adiós! Serán dos perros, uno sobre otro.

— Pues un perro, nada más.

— El mío habla.

— Y el mío canta La Sonámbula.

— ¿Mejor que esa tiple?

— Pero con voz de tenor hermosísima, porque es macho.

— Y si tan grande es, ¿por qué no va usted a caballo en él a Recoletos?

— Por...

Aquí la interrumpieron. Un elegante joven de Palencia acababa de llegar, con un Liberal en la mano:

— Señores... señoritas... ¡atención! «Desde Salinas»... ¡Se ocupan de nosotros en Madrid!

— ¿Una lista?

— No. Una crónica...

— ¿Con nombres?

— ¿Con nombres?

Y como habían preguntado esto dos o tres muchachas vivamente, el joven palentino desfalleció en su alborozo; pero buscó con la vista a Lorenza Rubio, concentró en ella su halago, y declaró:

— Bueno, sin nombres. Pero al menos... a una... a usted, bellísima Lorenza, juraría yo que está dedicado el más lindo pasaje de la crónica... Y acaso a usted, porque alude a dos.

Esta segunda era una rubia señorita de Cuenca,