Página:Cuentos ingenuos.djvu/177

Esta página ha sido corregida
II


En la terraza se charlaba. Una orquestilla de tzíganos, vestidos de rojo, como bien cocidos camarones, tocaba de rato en rato breves valses; una compañera de ellos, vestida de rojo, cantaba a cada tercero o cuanto número la Serenata de Gounod, el Ave María, la Sotile dolce... Y claro es que el grupo selecto de muchachas, con aquel único madrileño, León Rivalta, por recurso, no hacía caso alguno a todo esto... Además, un volatinero ambulante, junto a un bosquecillo de pinos, había juntado un corro de chiquillos y niñeras en torno a sus trabajos.

Eladia era la mimosa y la mimada. La llamaban Ladi estas amigas provincianas, que se habían enterado por León de que así la llamaban en Madrid.

Porque en Salinas no había más que esto, entre las familias asturianas que venían al mar de buena fe, a bañarse; no había, además, tratables sino media docena de riquitas de las provincias próximas a Asturias. Si a Ladi, a Nita, no les hubiese bastado, para ser proclamadas reinas, el