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I


El expreso entró veloz, ruidoso sobre las plataformas giratorias, triunfal con sus dos máquinas y su larga hilada de primeras y berlinas atestados de gentes elegantes, pareciendo como que iba a cruzar también esta estación sin detenerse, entre los mercantes y el mixto que le había dejado libre el centro, entre el público que aguardaría su paso de centella en el andén; pero, de pronto, con un rápido y poderoso refrenar de marcha, que le dió a Ricardo angustias del estómago y que le dejó caer encima el atamantas, se detuvo en firme, en seco, en crudo... ¡Coquetería de maquinistas de expreso!

Y se oyó fuera:

— ¡Villabona! ¡Cambio de tren para Avilés! ¡Cinco minutos!

Abriéronse las puertas. Rodaron equipajes. Cogió Ricardo su maleta en una mano, su portamantas en otra, y cruzó a la vía de enfrente. Había saludado con una desdeñosa inclinación a