apuntó la dama, completamente ganada por la actitud beatífica de Leandro.
— ¿Tiene novio?
— Sí. ¡Cosas de muchachos! Ha tenido novios... Se vistió de largo muy joven, a los quince años... y lo tiene ahora, según creo; pero esto no le preocupa, que yo sepa al menos... ¿Verdad, Purita? ¿Te da disgustos Marcial?
— No, mamá, ninguno; tú lo sabes.
— ¿Por qué, pues, se desvela? ¿Tiene usted algún deseo no realizado? ¿Hay en sus ensueños alguna idea fija, dominante? ¿Qué suele soñar?
— ¡Oh, nada! Tonterías. Mamá... dice que es por la debilidad.
La cariñosa madre intervino nuevamente.
— Se acuesta tarde. Noches de dejar a las amigas a las tres, después de bailar como una loca. Yo creo que la desvela el mismo cansancio, porque no hay otro motivo, y en casa no se le da el disgusto más leve. Es un delirio por el baile, la chiquilla.
— ¿Y quiere usted mucho al novio?
Aquí sonrió Purita por única respuesta.
— ¿Son antiguas las relaciones?
— Tres años.
— ¿No quiere casarse? ¿Por qué no se casan?
— ¡Bah, no, doctor! — saltó la madre—. ¡No piense usted que la apena eso! Mi hija es una