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132 — Felipe Trigo

como con Marger; pero no: fuí tan miserable, que aproveché con saña y sangre fría todo mi arte para buscarle el corazón... Ante aquel desdichado que se desplomaba, comprendí repentinamente toda mi infamia... Y entonces fué mi juramento, señorita... ¡jugar con las armas es jugar con el fuego!

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Un poco después, León Demarsay se despedía de nosotros. Aun estaba en la antesala cuando Pablo me cogió de un brazo, me llevó al comedor y dijo:

— ¿Quieres ser mi padrino?

— ¿Te bates? — le pregunté sorprendido.

— Sí.

— ¿Con quién?

— Con León Demarsay. Me dijo antes majadero.

— ¡Y tú lo confirmas! — repliqué con tal acento de convencido desprecio, que se quedó en mitad del comedor con la cabeza baja, más abochornado que ofendido.