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Cuentos Ingenuos — 11

De mes en mes, acaso más de pronto en pronto, quizás más de tarde en tarde, yo solía acordarme de ella en mis tristezas y en mis soledades. ¡Nada! Acordarme.

¡¡Era tan niña!!

Todavía me pregunto algunas veces:

— Señor, ¿por qué, con ella, más chiquilla que nadie, y siendo tan amiga mía, no pude tener jamás la confianza descuidada de la amistad?

Entonces no supe que la adoraba. Ahora tampoco sé si la he adorado mucho desde entonces.