con sus dobles cortinas ante las policromas vidrieras de cristal cuajado, con sus plantas de hojas en abanico entre los muebles, y en medio de cuyo lujo sólido parecía la marquesita una figura de porcelana. Su pelo negro, partido en dos bandas, con sencillez griega, hacía más transparente la blancura "violeta" de su carne; y en su pálido traje heliotropo adivinábase una gallardía de buen gusto brindada al pintor.
Obstinábase en relatar su historia el marqués a los postres, empuñando la panda copa de champaña. Una biografía interesante, empezada en un chiquillo con almadreñas que salió un día de su puebluco a mirar el mundo, y que, en fuerza de años, de voluntad y de instinto de la vida, realizó con brío su parte de trabajo, colocándose a los cincuenta en blasonado palacio, para poder contemplar desde la altura de su corona de marqués y de su senaduría vitalicia el bien que había hecho. Y distinguía, en efecto, desde allí, aquellas tiendas humildísimas donde enriqueció a los dueños con su laboriosidad honrada; aquel gran comercio suyo más tarde; aquellas locomotoras, luego, corriendo en su país porque él y otros como él habían puesto el dinero; aquellas fábricas que él fundó; aquel...
— ¡Siempre francote y un poco tosco, eso sí, pero orgulloso de todos modos! — decía La