hermosa como una reina de cuentos, y un actor a quien el frac daba elegancia aparatosa, tiraban del autor, que al fin asomó por el foro entre aquéllos, vistiendo una levitilla antigua, pálido, con el asombro en los ojos y el pelo y el bigote como erizados. Junto a las graciosas reverencias de sus compañeros, las del pobre autor, muy serio y azorado, resultaban verdaderamente ridículas.
Angeles oyó decir en el palco inmediato "¡Qué feo!"; y la burlona Berta, la segunda vez que se alzó el telón, le comparó con un ratón recién salido de una jofaina. En esto, al desaparecer el autor de espaldas al fondo, tropezó con un mueble... y el público entero, sin dejar de aplaudir, rióse.
Angeles estaba descompuesta. Desde el palco del Veloz, el húsar, en actitud gallarda, la miraba y sonreía compasivamente... Se desvanecía la joven. Se levantó con rapidez y se ocultó en el antepalco sin que lo advirtiera apenas su familia, atenta a la ovación, que siguió ruidosa mucho tiempo.
Cuando el padre de Angeles, vivamente emocionado, fué a felicitarla estrechando su mano, encontró a la joven medio tendida en un diván, temblorosos los labios y la mirada sin luz. ¡Pobre sensitiva, tronchada por un huracán de felicidad!...
— Perdóname — le dijo—; ya comprendo tu