Página:Cuentos ingenuos.djvu/102

Esta página ha sido corregida
100 — Felipe Trigo

ya a dos pasos. Dos horas. Hermosura por pasión; luego, adiós para siempre, o hasta la vista.

En este momento, Alfredo se detuvo. Su amigo Alvarez saludaba afablemente a la dama. Debían conocerse mucho, según las risueñas frases cruzadas entre apretones de manos. Tan pronto como lo dejó, Alfredo le salió al encuentro.

— Baja conmigo.

— No, sube tú; tengo prisa.

— Un momento.

— Pero, hombre...

Le arrastraba del brazo.

— ¿Conoces a aquélla?

— ¡Claro!

— ¿Dónde vive?

— Allí. (Alvarez señaló un principal.)

— ¿Quién es?

— Luisa.

— ¿Qué Luisa? ¿Luisa de qué? ¿La mujer de quién?

— La mujer de nadie. Es decir, de todo el mundo. Tu mujer si quieres: veinte duros.

Alvarez, aprovechando su brazo en libertad, salió disparado. Un segundo después, Alfredo entraba en Fornos; pero solo.

Y se sentó, pidiendo un humilde café con leche.

— Caramba — pensaba mientras era