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Cuentos Ingenuos — 99

promete, o fué el enterada y conforme de un proyecto de historia? Difícil saberlo. Casi seguramente lo segundo; sin embargo, al tratarse de una mujer de treinta años, cuya hermosura debía de haberla ocasionado suficientes galanteos para odiarlos por sistema o para gustarlos por hábito. Alfredo echó este dato a su favor. No era poco.

Era... la primera mirada. Sólo que, aun dada por cierta, esto no era todo, y los deseos iban más aprisa que las esperanzas. Quedaba siempre la necesidad de verse y de hacerse rabiar, de la presentación y el trato... de ese infinito juego de habilidad que exigen ellas para engañarse desde que se proponen ser engañadas. Un tiempo lastimosamente perdido en el prólogo, cuando espera un libro seductor — pensaba el joven.

¡Ah, si las mujeres fuesen prácticas! ¡Tan prácticas como los hombres!... Entonces, a aquella disparatadamente hermosa, de quien él había visto embelesado la boca roja y la nuca blanquísima y vigorosa cubierta de vello de oro; a quien él mirándola había desnudado con el pensamiento y con su complacencia; que iba sola, y quizá a fastidiarse en la soledad de su gabinete, nada le impediría en aquel mismo momento aceptar su brazo y dejarse conducir a otro gabinete más reservado... de Fornos, por ejemplo, que estaba