Cuentos grites 79
¿Por qué singular prodigio, a mil leguas de distancia, en Costa Rica, país hasta entonces desconocido para mí, pudo un hombre interpretar tan fielmente mis sentimientos, mis ideales, mis pensamientos más recónditos? ¿Por qué la hermosa y varonil figura del poeta, cuyo retrato vi en la primera página, me fascinó como si fuera el complemento de mi ser, el único mortal a quien yo habría amado como saben hacerlo las mujeres de mi raza?
Puro romanticismo, locuras de colegiala, pensarán los escépticos; pero yo opino que en todo ello anduvo un poder misterioso, la fatalidad o la Providencia. ¿Quiere usted una prueba? Al día siguiente, al regresar de su viaje mi esposo, sus primeras palabras fueron éstas: He resuelto hacer grandes compras de café y el mes entrante partiremos para Costa Rica. Aun ahora mismo me admiro de que no advirtiera en mi silencio y en mi semblante la espantosa conmoción que esas sencillas palabras me produjeron.
Llegamos allá y fijamos nuestra residencia en un pueblo pintoresco en donde me encerré, resuelta, como esposa que sabe cumplir sus deberes, a evitar las ocasiones de encontrarme con él; pero el Destino hizo que él llegara hasta mi retiro, y una fuerza irresistible me llevó a su presencia. Nos conocimos, nos miramos, nos adoramos. No soy hipócrita. Hay en mi alma tanta altivez como franqueza; pues bien, si aquel domingo inolvidable hubiese llegado Raúl hasta