56 Carlos Gagini
Una vez cerca de Gorghi un grupo de aldeanos furiosos iba a despedazar a un pobre buhonero que yacía mal herido en tierra. El marinero intervino, y como su revólver y su uniforme europeo infundieron respeto a la chusma, pudo llevarse al pobre diablo hasta el campamento, sin olvidar el cajón de sus baratijas. El estado del chino era grave; así lo comprendió éste, y llamando aparte a su salvador le dijo en pésimo inglés: «Para recompensar tu buena acción voy a proporcionarte los medios de hacerte rico. Hay aquí una enfermedad horrible e incurable —el cáncer del Tibet— que comienza en la boca, se extiende por toda la cara y hace morir al enfermo en medio de atroces dolores».
Y abriendo el cajón lleno de juguetes, campanillas, flautas y otras chucherías, sacó del fondo un estuche de latón. «Aquí dentro —continuó el chino— hay un silbato de bambú: basta tocarlo para contraer la enfermedad. Y aquí —añadió abriendo una cajita de laca— está el remedio que sólo yo conozco». Era un silbato de plata en forma de dragón con la cola dirigida hacia atrás. «Al soplar —prosiguió el buhonero— sale por la cola del dragón un polvillo que se deposita al rededor de la boca y el mal desaparece en dos días. Así contagié a los aldeanos más ricos de estos lugares y me hice pagar bien la curación; pero los malditos sospecharon algo y por eso me querían matar. Llévate estos dos silbatos a tu país y con ellos podrás ganar mucho dinero».