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50 Carlos Gagini

ñana zarpamos silenciosamente de la isla. A bordo hicimos el recuento de nuestro tesoro; mi compañero como jugador y perito en el avalúo de joyas, estimó por lo bajo nuestro hallazgo en cerca de dos millones de pesos oro. A mí me parecía estar soñando. ¡Dueño yo de dos millones de colones! ¡Cuántos planes hice en un momento! ¡Cuántos palacios fabriqué! ¡Cuántos viajes realicé aquel día a bordo de la gasolina!

Era el plan de mi camarada desembarcar secretamente cerca de Tivives, ocultar el tesoro, devolver la lancha y luego dividirnos por partes iguales las joyas y el oro, embarcarnos para Europa y vender allá tantas riquezas.

La noche del 3 fué borrascosa: mareado, rendido de cansancio, sacudido sin cesar por el oleaje, no pegué los ojos un momento. Al amanecer, el mar se apaciguó un poco, pero no se veía tierra alguna en el horizonte. A medio día apareció la línea azulada de las montañas costarricenses. ¡Oh fortuna! estábamos a la altura de Tivives y al amanecer estaríamos en seguridad.

Eran las seis y media de la tarde cuando divisamos la rada a donde nos dirigíamos. Pero en aquel instante el océano se agitó de una manera extraña y con rumor formidable, mientras un resplandor rojizo iluminó el cielo, un enorme globo de fuego surcó el firmamento y fué a se-