Cuentos grises 47
imaginarse, me fui al día siguiente a Puntarenas a estudiar los medios de realizar mi expedición sin despertar sospechas. La cosa no era fácil; la isla dista unas cien leguas de la costa, e ir a ella en el vapor del gobierno era como publicar a voces mi secreto. Pero tampoco era posible hacer el viaje en un bote y mucho menos solo.
El diablo hizo que en el hotel me encontrase con X. josefino desocupado, que había sido mecánico, boticario, empleado y jugador. Ninguno más a propósito para llevar a cabo mi idea: X. había trabajado como maquinista en los vapores del Golfo, había ido tres veces a la isla del Coco, y era audaz e inteligente. ¡Maldito sea! Célebre con él una larga entrevista, le enteré a medias de mi descubrimiento, sin mostrarle el mapa y convinimos en que él conseguiría con un amigo una magnífica gasolina acabada de llegar al puerto y partiríamos pretextando una excursión por la costa de Golfo Dulce. Una serie de contratiempos nos impidió poner por obra el proyecto; pero al fin en la noche del 30 de Abril nos encontramos a bordo del vaporcito, con combustible y provisiones para ocho días, dos picos, dos palas y dos excelentes escopetas. ¡Qué emoción cuando al amanecer del día 1° de Mayo nos encontramos fuera del puerto! La costa se iba esfumando en la lejanía y la embarcación hendía las verdes olas como una flecha.
En la tarde el mar se puso un poco pica-