40 Carlos Gagini
balance anual de la tienda. ¿Cómo confesar su falta, su cadena de faltas a un hombre de tan rígidos principios? ¿Dónde conseguir aquel dinero si había invertido todas sus economías en los preparativos de boda?
Estaba perdido, irremisiblemente perdido . . . Posición, estimación, amor . . . todo se había hundido en el abismo de aquella noche fatal.
A las diez, cuando la Tía Mónica llegó sigilosamente al cuarto de su hijo, sintió helársele el corazón. Echado sobre el escritorio, en el cual se veían algunos pliegos recién escritos, Jorge sollozaba con el rostro oculto entre las manos. Sobre los papeles había un revólver cargado. A fuerza de caricias, de súplicas y de lágrimas la pobre mujer logró averiguar la causa de tan terrible determinación. ¡Cómo! ¡Si aquello no valía la pena!
¿No estaba allí su madre?
No, no había que menear la cabeza con desconfianza.
¿Qué estaba pensando? Ella tenía sus ahorros; si al día siguiente no estaba allí el dinero, podía él suicidarse si quería. Y así que le hizo jurar que no atentaría contra su vida hasta la noche siguiente y después de asegurarle de nuevo que para entonces traería los quinientos colones, la Tía Mónica sé retiró llevándose el revólver.