Cuentos grises 39
principal y a solicitar la mano de Anita; pero por consejos de la Tía Mónica aplazó su petición. Era preciso consolidar antes su posición en la casa, acabar de ganarse el cariño del jefe, y sobre todo ahorrar algo. Así lo hizo y el resultado confirmó la previsión de su madre. El señor Rodríguez aprobó aquellos amores y la boda quedó concertada para principios del año siguiente.
En Diciembre se efectuaron las fiestas cívicas del pueblo, y a ellas concurrieron muchos forasteros entre los cuales se encontraban tres o cuatro calaveras de la capital, antiguos condiscípulos de Jorge. Este se creyó en el deber de obsequiarlos y fué a cenar con ellos después de la corrida de toros. En la sala contigua al comedor se jugaba fuerte, y nuestros amigos, excitados por el champaña, resolvieron probar fortuna. Esa tarde había cobrado Jorge quinientos colones de un deudor del señor Rodríguez, y los llevaba en el bolsillo por no haber tenido tiempo de guardarlos en la caja.
Trastornado por el licor y deslumbrado por los montones de oro y de billetes, jugó por primera vez, jugó toda la noche, y al amanecer había perdido cuanto llevaba, inclusive el dinero que no era suyo.
Cuando el aire de la mañana hubo refrescado su frente, pensó avergonzado en su calaverada y recordó con horror que dos días después era el