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Cuentos grises 37

Al fin murió el tirano, cuando el niño, convertido en gallardo adolecente, iba a comenzar sus estudios en la escuela de comercio; y la Tía Mónica pudo entonces visitar con frecuencia a Jorge y enorgullecerse de costear su educación. Por eso se ingeniaba de mil modos para afanar el dinero; por eso trabajaba noche y día sin importarle su quebrantada salud; por eso cuando dormía brillaba en sus labios una sonrisa. ¿Qué importaba que el joven recibiera con frialdad, casi con disgusto sus visitas?

¡Era natural! Estaba relacionado con las principales familias de San José y ¿qué dirían sus amigos si supiesen que era hijo de la bruja de Miramar?

* * *

Terminados sus estudios se encontró Jorge con un problema de más difícil solución. ¡No había plazas vacantes en los almacenes! En vano solicitó, recurrió a los amigos, a los avisos. ¡Nada! ¿Estaba, pues, condenado a morirse de hambre en la capital? No, su madre velaba por él. Precisamente el señor Rodríguez, el tendero más acaudalado de Miramar, necesitaba un tenedor de libros. Por consejo de la Tía Mónica solicitó Jorge la plaza y la obtuvo, gracias a sus excelentes recomendaciones. Pero antes de trasladarse al pueblo manifestó a la pobre vieja la conveniencia de ocultar su parentesco: él alquilaría un cuartito y ella podría visitarle de noche. ¡Y ella que había soñado con arreglarle