30 Carlos Gagini
De mis cavilaciones me sacó la voz de Raúl que decía: Mi resolución está tomada: dentro de ocho días partiré para Guatemala e iré hasta el fin del mundo si es preciso, con tal de resolver este enigma que me atormenta.
El propósito de mi pobre amigo no llegó a realizarse. Un día recibí de Puntarenas este telegrama: Ven pronto. Estoy enfermo en el hotel. Raúl.
Partí al día siguiente y llegué al puerto ya entrada la noche. En la estación supe que Raúl, atacado de extraña enfermedad, había muerto a las seis de la tarde. Quise verle por última vez y me dirigí al hotel. Daban las ocho y doblaban las campanas de la iglesia vecina cuando comencé a subir la vetusta y crujiente escalera; faltábanme apenas tres o cuatro escalones cuando percibí la estancia mortuoria; di un paso y vi el ataúd entre cuatro cirios; subí otro escalón y... ¡horror!... Una figura esbelta y enlutada estaba de hinojos al lado del cadáver. La vi levantarse y dirigirse hacia la puerta... Quise gritar y mi lengua parecía de plomo; traté de huir y las piernas no se movieron. La enlutada pasó casi rozándome, y al través del espeso velo que cubría su rostro vi fulgurar dos ojos que me helaron la sangre. Apenas me repuse bajé la escalera, avergonzado de mi pueril temor, e interrogué a un