Cuentos grises 27
conocidos, y al fin uno de ellos, empleado de la aduana me dijo: Hace dos meses se embarcó esa joven en el vapor Alexander: la recuerdo, por su extraordinaria belleza... Sí, se llamaba Lelia; el anciano que la acompañaba la llamó así en mi presencia. Pero... ¿no sabes que el Alexander nunca llegó a New York? Se supone que se perdió totalmente.
Han pasado muchos años desde el día espantoso en que recibí tan atroz herida en mitad del corazón... Los azares de la vida me han llevado de aquí para allá como brizna de hierba con que juegan las olas: he saboreado los triunfos del arte y las amarguras de la política, he viajado, he amado... Pero en medio de los aplausos, en los salones de los palacios, en las alcobas cortesanas, en las calles de las ciudades extranjeras, en el mar inmenso, en el cielo poblado de constelaciones desconocidas, los ojos pardos y fascinadores de la misteriosa niña brillaban siempre delante de mí con la fijeza de las estrellas.
Y ahora,—prosiguió Raúl, encendiendo la pipa y bajando la voz—llego a la parte de mi narración que a nadie más que a tí me atrevería a referir, temeroso de que me tomases por un alucinado o un embustero, y bien sabes que no merezco aquel calificativo ni toleraría este insulto. Juzga tú mismo.
El mes pasado, al regresar de la misión di-