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Carlos Gagini

en la callada estancia; le pareció entrever—a la escasa luz de la lamparilla—los labios de la enfermera y los del enfermo unidos en un beso largo, muy largo, humedecido por las lágrimas... Y creyó sentir por sobre su cabeza el aleteo de una armonía dulcísima, que poblaba de promesas el ambiente, mientras iba difundiéndose por el cielo la claridad precursora de un nuevo día.