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Cuentos grises

pudiese él esperar el olvido de lo pasado? ¿Le rechazaría al verle arrastrarse a sus pies, dispuesto a borrar con su sangre tantas infamias? ¿Se atrevería él a arrostrar la mirada de desprecio de Adela y a profanar con su presencia aquella casa que manchó con su adulterio?

Percibíase ya con toda claridad el puerto de Limón con sus techos grises y rojizos, sus diminutas banderas y sus muelles semejantes a las delgadas antenas de un insecto: el sol de la mañana bronceaba la cabellera de humo de los vapores anclados y hacía resaltar los verdes abanicos de las palmeras de Piuta y de la Uvita.

¡Benditas brisas de la patria, que traen consuelos al corazón dolorido! El pobre viajero aspiraba embelesado, acariciando con la vista la tierra natal, la única que hace desbordarse del pecho la emoción y de los ojos las lágrimas!

¿Qué vértigo le había acometido al dejarla? ¿Cómo había podido vivir tantos meses sin tenerla a todas horas presente en su pensamiento? ¿Qué infernal obcecación le había hecho preferir las caricias de una cortesana al casto beso de una esposa enamorada y bella?

Había estado loco, sí, y al recobrar ahora la razón se despreciaba a sí mismo y se proponía reparar el daño con una vida de expiación y de ternura. Iría a hospedarse en un hotel: Ernesto se encargaría de preparar la reconciliación... ¿Por qué no habrían de brillar nuevamente los días felices de otro tiempo?