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Cuentos grises

 Este grito de sincero dolor le barrenaba la conciencia. ¿Cómo había podido envilecerse tanto? ¿Cómo había podido olvidar tan completamente a los seres queridos que al otro lado del Atlántico suspiraban por él a todas horas?

Ah! si Ernesto y sus amigos le vieran por las tardes en el bosque de Boulogne, reclinado en una carretela con la hermosa Marta, por las noches en el fondo de un palco, siempre con ella, como una pareja de recién casados! Y acaso en aquellos mismos instantes, allá en Costa Rica, una mujer pálida y llorosa se postraba ante la imagen de la Virgen para orar por él, o se inclinaba ansiosa sobre una camita blanca, en donde se consumía un chiquitín angelical devorado por la fiebre!

Y Federico se reprochó su infame conducta y maldijo la hora en que se dejó aprisionar en la sedosas redes de una mercenaria del amor. Su presencia no era ya necesaria en París, pues el litigio iba pronto a terminar favorablemente. ¿Por qué no partir?...Sí, estaba resuelto; tomaría el primer vapor... Pero en la mañana siguiente, cuando quebrantado por el insomnio se levantó decidido a preparar el viaje, un perfumado billete de Marta desbarató sus propósitos con la misma facilidad con que el sol de la mañana derrite la escarcha de los prados.