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Carlos Gagini


— Hoy te encuentro triste, chiquillo, dijo ella; ¿estás fastidiado ya de tu gatita?

El joven la oprimió cariñosamente la mano y respondió.

— Esta tarde encontré en el hotel una carta en la cual me anuncian que mi Luisito está enfermo.

(Por un resto de pudor, Federico se había hecho pasar por viudo cuando en su primer viaje se enamoró de Marta).

Seis semanas hacía que estaba en París y era ésta la segunda mala noticia que le llegaba de Costa Rica. La primera fué el telegrama en que le anunciaban la muerte del padre de Ernesto.

— No te aflijas por eso, le replicó Marta, los niños enferman a menudo, pero rara vez de cuidado.

La novedad del espectáculo y la animación del publico no tardaron en disipar la melancolía de Federico; y cuando se separó de su amada, después de cenar con ella en el café «Terminus», su rostro había recobrado su habitual jovialidad. Los pensamientos siniestros volvieron a asaltarle en la soledad de su habitación. Allí sobre la mesa estaba la fatal carta. «Luisito está muy enfermo: hace tres días que no me separo ni un momento de su camita; hoy no ha hecho más que repetir: ¡quielo vel a papá! y yo no he hecho más que llorar al oirlo. Por Dios, Federico, vuelve pronto, si no quieres que me muera de desesperación».