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Cuentos de Grimm.

vantó y les dijo con voz rústica:—Entrad, ya sé quién sois.

En cuanto entraron en el cuarto, añadió la vieja:—Hubiérais podido ahorraros ese largo camino, si no hubiérais echado injustamente, hace tres años, á vuestra hija, que es tan buena y tan graciosa. Nada ha perdido, pues durante tres años ha guardado gansos, en cuyo tiempo no ha aprendido nada malo y ha conservado la pureza de su corazon.

Pero estais suficientemente castigados con la inquietud en que habeis vivido. Despues se acercó al cuarto, y dijo:— Sal, hija mia.

Se abrió la puerta y salió la hija del rey vestida con su trage de seda, con sus cabellos dorados y sus ojos brillantes. Se hubiera dicho que descendia un ángel del cielo.

Corrió hácia su padre y su madre, se lanzó á su cuello, y abrazó á todos llorando sin poder contenerse. El jóven conde se hallaba á su lado y cuando le vió, su rostro se puso encarnado como una rosa; ella misma ignoraba la causa. El rey dijo:—Querida hija, ya he repartido mi reino; ¿qué podré darte á tí?

—No necesita nada, dijo la vieja; yo la doy las lágrimas que ha vertido por vosotros; son otras tantas perlas mas hermosas que las que se hallan en el mar y son de un precio mucho mayor que todo vuestro reina. Y en recompensa de sus servicios, la doy mi pequeña casa.

La vieja desapareció en cuanto dijo estas palabras. Oyeron entonces crugir ligeramente las paredes, y cuando se volvieron encontraron la pequeña casa convertida en un soberbio palacio; una mesa real se hallaba delante de los huéspedes, y los criados iban y venian alrededor.

La historia continúa todavía; pero mi abuela que me la ha referido habia perdido un poco la memoria y olvidó lo