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Cuentos de Grimm.

aquí sóla con este señorito; no se debe poner la leña junto al fuego, podria enamorarse de ti.

El conde ignoraba si debia reirse ó llorar.

—Una mujer de esa clase, dijo por lo bajo, no podia esperar mucho de mi corazon, aunque no tuviera mas que treinta años.

La vieja, sin embargo, cuidó á los gansos como si fueran sus hijos; despues entró con su hija en su casa. El jóven se echo en el banco bajo un manzano silvestre. La atmosfera estaba serena y no hacia calor; alrededor suyo se estendia una pradera de primulas, tomillo y otras mil clases de flores; en su centro murmuraba un claro arroyo, dorado por los rayos del sol, y los blancos gansos se paseaban por la orilla ó se sumergian en el agua.

—Este lugar es delicioso, dijo; pero estoy tan cansado, que se me cierran los ojos; quiero dormir un poco, siempre que el aire no me lleve las piernas, pues están tan ligeras como la yerba.

En cuanto durmió un instante vino la vieja y le despertó mensándole.

—Levántate, le dijo, no puedes quedarte aquí. Te he atormentado un poco, es verdad; pero no te ha costado la vida. Ahora voy á darte tu salario; tú no necesitas dinero, ni bienes; te daré otra cosa.

Diciendo esto le puso en la mano una cajita de esmeralda, de una sola pieza.

—Guárdala bien, le dijo, te traerá la fortuna.

El conde se levantó y viendo que estaba descansado y habia recobrado sus fuerzas, dió gracias á la vieja por su regalo y se puso en camino sin pensar un instante en mira á la hermosa ninfa. Se hallaba ya á alguna distancia cuando cia todavía á lo lejos el alegre grito de los gansos.