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Cuentos de Grimm.

P 32 su lado, el ciervo jugueteaba delante de ellas, y los pájaros colocados en las ramas, entonaban sus mas bonitos gorgeos.

Nunca las sucedia nada malo, si las sorprendia la noche en el bosque, se acostaban en el musgo una al lado de la otra y dormian hasta el dia siguiente sin que su madre estuviera inquieta.

Una vez que pasaron la noche en el bosque, cuando las despertó la aurora, vieron á su lado un niño muy hermoso, vestido con una túnica de resplandeciente blancura, el cual las dirigió una mirada amiga, desapareciendo en seguida en el bosque sin decir una sola palabra. Vieron entonces que se habian acostado cerca de un precipicio, y que hubieran caido en él con solo dar dos pasos más en la oscuridad. Su madre las dijo que aquel niño. era el Angel de la Guarda de las niñas buenas.

Blancanieve y Rojarosa tenian tan limpia la cabaña de su madre, que se podía cualquiera mirar en ella. Rojarosa cuidaba en verano de la limpieza, y todas las mañanas, al despertar, encontraba su madre un ramo, en el que habia una fior de cada uno de los dos rosales. Blancanieve encendia la lumbre en invierno y colgaba la marmita en los llares, y la marmita, que era de cobre amarillo, brillaka como unas perlas de limpia que estaba. Cuando nevaba por la noche, decia la madre:—Blancanieve, vé á echar el cerrojo, y luego se sentaban en un rincon á la lumbre, la madre se ponia los anteojos y leía en un libro grande, y las dos niñas la escuchaban hilando; cerca de ellas estaba acostado un pequeño cordero y detrás dormia una tórtola en su caña con la cabeza debajo del ala.

Una noche, cuando estaban hablando con la mayor tranquilidad, llamaron á la puerta. —Rojarosa, dijo la madre,