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Cuentos de Grimm.

defensa, los judíos no dan su dinero sin más ni más.—Y condenó al muchacho á la horca, como ladron en despoblado.

Cuando le conducian á la horca, el judío le gritaba todavía: —Canalla! perro músico ya vas á pagar lo que mereces.

El muchacho subió tranquilamente la escalera con el verdugo, pero en el último escalon se volvió y dijo al juez:

—Concededme una cosa antes de morir.

—Te la concedo, dijo el juez, á menos que no pidas la vidad..

—No os pido la vida, respondió el joven; permitidme solamente por última vez tocar un aire en el violin.

El judío dió un grito de dolor:—Por amor de Dios, no se lo permitais, no se lo permitais.—Pero el juez dijo:—Por qué no darle ese último placer?—Además no podia negársela, á causa del don que tenia el muchacho de hacerse conceder todo lo que pidiera.

$ El judío gritó:—¡Ah, Dios mio! atadme, atadme bien.El buen muchacho cogió su violin, y al primer golpe del areo todo el mundo comenzó á moverse y menearse; el juez, el escribano, los criados del verdugo, y se cayó la cuerda de las manos del que queria atar al judío. Al segundo golpe, todos comenzaron á saltar y á bailar: el juez y el judío al frente saltaban mas altos que los demás. La danza se generalizó por último, bailando todos los espectadores, gordos y flacos, jóvenes y viejos ; hasta los perros se levantaban sobre sus patas traseras para bailar tambien.

Cuanto mas tocaba, mas saltaban los bailarines; las cabezas chocaban entre sí y la multitud comenzó á gemir tristemente. El juez esclamó perdido el aliento:—Te concedo el perdon, pero deja de tocar.—El buen muchacho colgó su vio-