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Cuentos de Grimm.

Y se precipitó con el pico abierto sobre el gallo, pero este volviendo las tornas sacudió bien al ánade, le puso el cuerpo como nuevo á picotazos, de modo que se dió por vencida y se dejó enganchar en el carruaje en castigo de su temeridad. El gallo se sentó en el pescante para dirigir el carro, que lanzó á la carrera gritando:

—¡Al galope! ánade, ¡al galope!

Cuando habian andado ya un gran trecho del camino encontraron dos viajeros que iban á pie; eran un alfiler y una aguja que les gritaron:

  1. —¡Alto! ¡alto! Bien pronto, añadieron, será de noche y no podremos andar mas, porque el camino está lleno de barro y nos hemos detenido bebiendo cerveza á la puerta de la posada del Sastre, por lo que os suplicamos nos dejeis subir hasta la primera posada.

El gallo, en atencion a la flaqueza de los recien llegados, lugar que ocuparian por lo tanto, accedió á reá condicion de que no pinchasen á nadiedel poco cibirlos, pero y