una se hallaba el sitial de un rey, adornado con tanto gusto y magnificencia que nunca habia visto cosa semejante.
Llenábase de regocijo, y los pages que la acompañaban se regocijaban tambien como ella. No la quedaba ya mas que la puerta prohibida, y tenia grandes deseos de saber lo que estaba oculto dentro, por lo que dijo á los pages que la acompañiaban.
—No quiero abrirla toda, mas quisiera entreabrirla un poco para que pudiéramos ver á través de la rendija.
—¡Ah! no, dijeron los pages, seria una gran falta, lo ha prohibido la señora y podria sucederte alguna desgracia.
La jóven no contestó, pero el deseo y la curiosidad continuaban hablando en su corazon y atormentándola sin dejarla descanso. Apenas se marcharon los pages, dijo para sí:
—Ahora estoy sola, y nadie puede verme.
Tomó la llave, la puso en el agujero de la cerradura y la dió vuelta en cuanto la hubo colocado. La puerta se abrió y apareció, en medio de rayos del mas vivo resplandor, la estátua de un rey magníficamente ataviada; la luz que de ella se desprendia la tocó ligeramente en la punta de un dedo y se volvió de color de oro. Entonces tuvo miedo, cerró la puerta muy ligera y echó á correr, pero continuó teniendo miedo á pesar de cuanto hacia y su corazon latia constantemente sin recobrar su calma habitual; y el color de oro que quedó en su dedo no se quitaba & pesar de que todo se la volvia lavarse.
Al cabo de algunos dias volvió la señora de su viaje, llamó á la jóven y la pidió las llaves de palacio; cuando se las entregaba la dijo:
—¿Has abierto la puerta décimatercera?
—No, la contestó.
La señora puso la mano en su corazon, vió que latin con