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Cuentos de Grimm.

$ —Vamos á jugarle una treta de campaña. Compadre, dame tu navaja.

292 Cortó la suela de la bota y puso la badana derecha encima de unas yerbas muy altas, arrimada á un sepulcro que babia allí cerca.

No aguardaron mucho tiempo; el diablo llego en breve con un pequeño saco de oro en la mano.

—Echadle, dijo el soldado levantando un poco la bota; pero no será bastante eso.

El diablo vació el saco, pero el oro cayó en el suelo y la bota quedó vacía.

—¡Imbécil! le gritó el soldado; no te lo habia dicho.

Vuelve y trae mucho más.

El diablo partió meneando la cabeza y volvió al cabo de un rato; con un saco mucho mayor bajo el brazo.

—Eso ya vale algo mas, dijo el soldado; pero dudo que baste todavía para llenar la bota.

El oro cayó sonando, pero la bota quedó vacía. El diablo se aseguró por sí mismo, mirando con sus ojos de fuego.

—¡Vaya unas botas que gastas! esclamó haciendo un gesto.

—¿Querias, replicó el soldado, que llevara como tú, un pie descalzo? ¿desde cuándo te has vuelto avaro? Vamos, ve á buscar otro saco, ó si no, ya estás demás aquí.

El diablo se alejó otra vez, pero estuvo mucho tiempo ausente; cuando volvió, por fin, apenas podia llevar el enorme saco que traia sobre sus espaldas. Apresuróse á vaciarle en la bota, que se llenó menos que nunca. Iba encolerizado á arrancar las botas de manos del soldado, cuando vino á iluminar el cielo el primer rayo del sol naciente. En el mismo instante desapareció, lanzando un grito. La pobre alma se habia salvado.