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Cuentos de Grimm.

A la caida de la tarde, fue al cementerio y se sentó encima de la sepultura.

Todo estaba tranquilo; la luna iluminaba los sepulcros y de cuando en cuando, volaba un buho lanzando gritos fúnebres. A la salida del sol volvió á su casa sin haber corrido el menor peligro. Lo mismo se verificó á la noche siguiente.

La noche del tercer dia sintió un secreto terror, como si fuera á pasar alguna cosa estraña. Al entrar en el cementerio, distinguió á lo largo de la pared un hombre como de unos cuarenta años, de rostro moreno y de ojos vivos y penetrantes, envuelto en una capa, bajo la cual sólo se veían unas grandes botas de montar.

—¿Qué buscais aquí? le dijo el pobre; ¿no teneis miedo en este cementerio?

—Nada busco, respondió el otro, ¿y de qué he de tener miedo? Soy un pobre soldado licenciado y voy á pasar la noche aquí porque no tengo otro asilo.

A —Pues bien, le dijo el pobre: ya que no teneis miedo, me ayudareis á guardar esta tumba.

—Con mucho gusto, respondió el soldado; mi oficio es hacer guardias. Quedémonos juntos y participaremos del bien ó del mal que se presente.

Los dos se sentaron encima de la sepultura.

Todo permaneció en silencio hasta el acercarse la media noche. Entonces sonó en el aire un silbido agudo y los dos guardas vieron delante de ellos al diablo en persona.

—Fuera de aquí, canallas, les gritó; este muerto me pertenece: voy á llevármele, y si no escapais pronto, os retuerzo el pescuezo.

. —Señor de la pluma roja, le contestó el soldado: vos no sois mi capitan; no tengo ninguna órden que recibir de